domingo, 25 de marzo de 2012

Prólogo.

Se habían perdido. A todos lados lo único que alcanzaban a ver era una tierra roja y seca. Tarin era un niño de unos ocho años, de ojos de color azul como zafiros, con la piel de color naranja y pelo del mismo color, con lo que le era muy fácil camuflarse con el terreno cuando había algún peligro. Él tenía las mismas características que el resto de la gente de su pueblo, pero Cisha era diferente. Su piel era de un color verde mustio, sus cabellos castaños y sus ojos eran dorados, con un brillo especial. Apareció un día en el pueblo sin recordar nada, ni su nombre, ni quienes eran sus padres, absolutamente nada sobre sí misma.

Habían salido un día a jugar los dos juntos. Les encantaba jugar a ser exploradores, por lo que se habían alejado un poco del pueblo para saber qué había más allá, pero cuando quisieron darse cuenta se habían perdido, y no podían volver.

No les quedó mas remedio que seguir caminando pues no habían avisado a nadie de que se habían ido a explorar.

-¿Hacia dónde vamos?- a Tarin le temblaba la voz y tenía los ojos vidriosos.

-Hacia allá- señaló hacia algún lugar perdido en aquella tierra yerma.

Después de llevar un tiempo caminando dieron con un árbol marchito tan alto que parecía que se perdía en el cielo.

-¡El Gran Árbol!- exclamó Tarin- ¡Los mayores siempre dicen que caminando en la dirección que señala su única hoja se puede volver al pueblo!- miró un instante la gran hoja que quedaba en el árbol y vio que señalaba hacia el este, pero Cisha caminaba en la dirección contraria.- ¡¿A dónde vas?! ¡El pueblo está en la otra dirección!

- ¿No estábamos jugando a ser exploradores? Ya sabemos cómo volver, ¿no? Entonces vamos a explorar un poco y luego ya volveremos al pueblo.

Tarin se lo pensó un poco.

-De acuerdo.

Siguieron explorando hasta tarde y encontraron algo increíble. Era agua, simplemente agua.

-¿Qué es eso?- preguntó Tarin.

-Agua- contestó Cisha.

-Nunca había visto algo así.

Decía la verdad. En su pueblo no había agua. Ni en su pueblo ni en ninguna otra parte (que ellos supieran). Ese lugar debía ser de los pocos en los que quedaba algo de agua. Cisha metió la mano en el agua y el verde mustio de su piel se transformó en un color turquesa.

-¡Mira tu piel!

Entonces él también metió la mano en el agua para ver si su piel cambiaba de color, pero no ocurrió nada. Decepcionado, retiró la mano y preguntó:

-¿Por qué tu piel cambia de color y la mía no?

Cisha no contestó, solo miró con espanto a la criatura que estaba detrás de Tarin. Era la criatura más horripilante que había visto nunca. Tenía dos cabezas por delante y otras dos por detrás. Bueno, eso si se pudiera distinguir la parte de delante de la de detrás. Todas su extremidades estaban tanto en su parte delantera como en su parte trasera con lo que si se diese la vuelta sería siendo exactamente igual. Tenía la piel de un color verde, parecido al color de la piel de Cisha, solo que parecía tener la piel mil veces más marchita que la niña.

Tarin se dio la vuelta y lo único que pudo decir antes de que la criatura se abalanzase sobre ellos fue:

-¿Qué... es... eso?

Cisha, en lo que debía ser un acto reflejo, gritó:

-¡¡¡Raniyasss!!!

Una gran luz brotó de sus manos y una espiral luminosa se marcó en la frente de Cisha. Apartaron la mirada pues la luz era cegadora. Cuando la luz se apagó volvieron a mirar y el monstruo ya no estaba. Lo único que quedaba de él era una piel verde vidrio chamuscada. Cisha la recogió.

-¿Cómo has hecho eso?- dijo Tarin con una mezcla de admiración y miedo.

-No lo sé.

Hubo un largo e incómodo silencio.

-Volvamos al pueblo. Empiezo a tener hambre y sueño y además quiero hacerme ropa nueva. Esta es muy incómoda.

Todos en el pueblo vestían una ropa hecha de una arenilla. Por la forma que tenía el traje parecía una túnica. A Cisha le había incomodado desde el primer día.

-Vayámonos rápido. Tengo un poco de miedo después de esto- confesó Tarin.

-Yo también.

Cuando Tarin llegó a su casa le explicó a su padre lo que había pasado, pero él pensó que tenía mucha imaginación y no le tomó en serio.

Sin embargo, a Cisha le cayó una buena bronca por parte de su madre adoptiva porque ella sí que tenía una prueba de que lo que le contaba era verdad, pero aun así su madre no le obligó a deshacerse de la piel, si no que le ayudó a hacerse un vestido con ella.

1 comentario:

D. C. López dijo...

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En eso quedamos, saludos y besos dulces, muak!